jueves, 7 de abril de 2011

REVISIONISMO SUECO



Soy testigo de que las mujeres, cuando atraviesan su período de menstruación, gustan ver la película P.S. I Love You. Lloran unas dos horas, se ilusionan con la idea de un hombre perfecto y así se sienten momentáneamente mejor. Luego vuelven a su realidad de bombachas manchadas y chicos deshonestos.

A los hombres, esa película nos resulta abominable. Demasiada cursilería y escenas histéricas no logran conmovernos, mucho menos los diálogos acartonados y los emotivos besos que se dan con furia cuando la cámara gira alrededor de los saciados amantes y los violines irrumpen en los parlantes. Puaj.

El Hollywood moderno apunta a un público de gordas adictas a las redes sociales y comedoras compulsivas de pochoclo, que esperan un irlandés con campera de cuero caminando por el prado, con su cabello engominado y su sonrisa blanca sólo-para-ellas. Pero lo siento nenas, ese tipo no existe. Y si existe, seguramente sea un golpeador, un puto o un degenerado. No se va a parece a tu papi.

Entonces.

Cuando quiero ver un cine que comprenda la psicología femenina, miro al genial Ingmar Bergman, porque para entender el amor primero hay que tomar distancia, olvidarse de las mariposas en el estómago y ver las moscas pululando sobre la comida.

En las películas de Bergam, las mujeres son realistas y soñadoras. Adoran a los hombres, quieren someterse a la fortaleza de un macho, pero saben también que somos seres inferiores, infantiles, que tenemos miedo de decir te amo. Las mujeres sufren pero también hacen daño, son como todas las que alguna vez tuve y dejé ir.

En estos últimos días he visto La Sed, Una Lección de Amor, Fresas Salvajes, Sonata de Otoño y La Fuente de la Doncella. Las recomiendo a todas por igual.

Las chicas de hoy se aburren con Bergman. Prefieren el porno y los reality shows.